Viernes 10 de Junio, 8 de la mañana, la adrenalina hormigueaba mis venas. Una experiencia nueva; el pretexto un trabajo universitario. El point, la puerta 4 de la UNI, San Martín de Porres. El bus Chaperito se iba llenando de a pocos, tres horas -aprox.- de viaje para el paraíso, Obrajillo, Canta.
Un pueblo rodeado de hermosas montañas, aire puro, progreso aparentemente olvidado, lo bueno su tranquilidad, aquí se respira paz. Llegamos retrazados pero llegamos, con ansiedad de saber que nos esperaba. Era para algunos de nosotros la primera vez que pasábamos tres días sin el calor familiar, pero nuestra atmósfera era tal cual y no se percibía el distanciamiento.
Doce horas después de nuestra partida de la capital, todo en este pueblo se desvanecía, la temperatura ambiental bajaba, pero el corporal aumentaba cual espuma de cerveza. Luego de visitar y acoplarnos al sitio, decidimos hacer un brindis confraternal que duro masomenos hasta el cántico del gallo.
Al segundo día, con la cruda, nos levantamos muy temprano para hacer lo que era nuestro objetivo, el trabajo. Visitamos diversos lugares, conocimos personas gratas y descubrimos un pueblo que, personalmente, es una maravilla más.
Catorce horas de aventura nos basto para llegar al éxtasis; montando a caballo, subiendo cerros, nos bañamos en cataratas y nos dio tiempo para centenares de fotos que quedara en el recuerdo de los siete.Este viaje fue inolvidable y convivir con mis compañeros en un lugar desconocido e interesante fue la más grata experiencia que tuve.
De la comida no me quejo, no nos quejamos, rica y deliciosa, cualquier adjetivo le caería bien a la gastronomía de obrajillo.Era hora de la retirada, con el trabajo terminado, solo nos queda regresar a la realidad.
Fueron tres días de enseñanzas, culturas, personales y amicales. Sin duda el primer trabajo en que me identifique o me hizo experimentar lo desconocido.
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